Los procesos de transformación digital demostraron ser no solo importantes para marcar una ventaja competitiva, sino esenciales para garantizar la continuidad del negocio. El último año fue la demostración cabal de la velocidad a la que se producen los cambios en el contexto actual y a lo esencial que resultan las nuevas tecnologías para asimilar el impacto con velocidad, flexibilidad y resiliencia. La palabra clave es “agilidad”.
En efecto, el contexto se modifica de manera continua y abrupta. El trabajo remoto, la automatización para suplir la ausencia de personal presencial en oficinas y fábricas y el comercio electrónico como sustituto de las compras en tiendas son tres de los grandes fenómenos que se aceleraron significativamente desde el inicio de la pandemia. Las empresas que fueron capaces de adaptarse y de aplicar medidas de contingencia para continuar operando independientemente del escenario, fueron las que alcanzaron mayores niveles de éxito.
¿Qué es la agilidad en IT?
La agilidad en el marco de IT puede significar muchas cosas -y representar numerosos desafíos-. Desde el punto de vista de la transformación digital, puede relacionarse con el enfoque en la implementación de nuevos proyectos.
A diferencia de lo que ocurrió hasta hace algunos años, ya no se trata de instalar un software central monolítico capaz de hacerlo todo en el marco de un proyecto gigantesco, que consume ingentes cantidades de presupuesto y que demora muchos meses -en ocasiones, más de un año- entre que se vuelcan los requerimientos y entra en producción.
¿Qué hubiera ocurrido con un proyecto de estas características iniciado a fines de 2019? En el momento de finalización se hubiera topado con un mundo completamente distinto, con necesidades de negocio diferentes y hasta con consumidores cuyas características nada tienen que ver con aquellas que prevalecían dos años antes.
Evolución continua
Este enfoque, que se asocia habitualmente con el “big bang”, se reemplaza por una mirada ágil: una revisión continua de procesos, personas y tecnologías con el objetivo de incrementar la eficiencia operativa y la productividad, optimizar la cadena de valor, diseñar estrategias responsables -uno de los requisitos del consumidor actual- y crear experiencias memorables para clientes y empleados.
Esta incorporación gradual de soluciones y aplicaciones puntuales que se van alineando con la estrategia general del negocio tiene dos beneficios clave: la primera, que los avances se producen de manera continua, generando nuevas funcionalidades con mucha frecuencia, acelerando el time to market o resolviendo dinámicamente puntos de dolor o aspecto débiles de los procesos; la segunda, que disminuyen notoriamente los riesgos. Las inversiones entregan un retorno de corto plazo y no es necesario destacar un enorme caudal de capital humano dedicado durante mucho tiempo al proyecto.
Y, por supuesto, lo más importante: los resultados se ven mucho más rápido.
Los desafíos de ser ágil
Las metodologías ágiles son conjuntos de principios que permiten llevar la agilidad a la realidad y que están apoyados sobre cuatro pilares: el producto o la solución funcionando son más importantes que la documentación exhaustiva, los individuos y las interacciones están por encima de las herramientas y los procesos, la colaboración con el cliente es más relevante que el acuerdo contractual y la adaptación al cambio es más valiosa que seguir un plan rígido.
Estas metodologías, por lo tanto, aportan flexibilidad, reducción de tiempos y costos, menos frustración y un mayor valor agregado gracias a los entregables que se obtienen. La buena noticia: están desarrolladas y maduras: son fáciles de implementar y existe abundante capital humano especializado en los diferentes frameworks y en las técnicas y tecnologías asociadas.
Por otra parte, las empresas están cada vez más familiarizadas con los modelos de desarrollo que permiten materializar esa agilidad, como las pruebas de concepto (POC, por las siglas en inglés de proof of concept), que permiten corroborar si una idea puede transformarse en realidad a partir de una versión resumida de cómo sería implementada, o los productos mínimos viables (MVP, minimum viable product), que no es otra cosa que una aplicación con las características esenciales para funcionar y ser continuamente probada y mejorada.
¿Esto significa que el camino hacia la agilidad de IT en las organizaciones está perfectamente allanado? No necesariamente: persisten algunas barreras. El principal obstáculo es cultural. Este nuevo enfoque exige flexibilidad, transparencia, equipos motivados, autoorganización y una gran voluntad para entender las verdaderas necesidades del negocio y actuar en consecuencia.
El otro gran desafío consiste en que esos pequeños proyectos no se consoliden como silos y que respondan a un panorama general conocido por los responsables de la toma de decisiones: un delicado equilibrio en el que los avances paulatinos deben direccionarse hacia un objetivo único. Por eso, para alcanzar esa “agilidad a escala” debe existir el apoyo de la alta dirección.
La buena noticia: las empresas que logren la agilidad en IT estarán mejor preparadas para subirse al tren que lleva al futuro de los negocios.