Desde los orígenes de la automatización, el temor se apoderó de la sociedad: a que llegue el día en que los robots se apoderen de todos los trabajos disponibles. Los avances en los últimos años en robótica e inteligencia artificial están demostrando que las personas pueden obtener enormes beneficios de estas innovaciones: los talentos blandos están aplicándose cada vez más a obtener valor del negocio y las herramientas automatizadas evitan que los seres humanos deban realizar tareas muy exigentes a nivel físico o directamente riesgosas para su salud.
En este contexto, emergen los llamados cobots o “robots colaborativos”. Se trata de una pieza clave para el paradigma de Industria 4.0: robots que pueden desplegar actividades imitando el comportamiento humano con una notable precisión. Desde el punto de vista físico, se pueden describir como brazos mecánicos de dimensiones pequeñas para automatizar procesos industriales que requieren en general de la participación de personas.
Por su naturaleza, se utilizan en espacios compartidos: tienen la capacidad de interactuar con sus compañeros de trabajo humanos, son fácilmente programables (en muchos casos, no hace falta conocimientos de código para hacerlos funcionar) y un operario puede “entrenarlo” de manera sencilla con unos pocos pasos. Además, disponen de tecnología de visión artificial para “ver” el comportamiento de sus colegas humanos.
Sin temor al riesgo
Si bien en un principio su uso se concentró en algunas industrias específicas, como las de electrónica o la automotriz, se espera que su uso se extienda en la medida en que su eficacia siga consolidándose y aparezcan nuevos casos de uso. De acuerdo al portal de estadísticas Statista, el tamaño del mercado se sitúa hoy en alrededor de US$700 millones, cifra que podría escalar hasta los US$1.990 millones para 2030.
Entre las cualidades de los cobots destacan que suelen ser ligeros, compactos y flexibles, de forma tal que puedan adaptarse a diferentes condiciones de trabajo de manera sencilla. Si bien su presencia más frecuente en la actualidad se da en fábricas y talleres, cada vez más tiende a aparecer en minas, instalaciones petroleras o laboratorios. Por su versatilidad, son también ideales para mover, trasladar y acomodar elementos pesados en almacenes y centros de distribución.
Una de sus principales aplicaciones es la realización de tarea que implica algún tipo de riesgo para operarios humanos: trabajo en espacios con temperaturas hostiles o con algún tipo de elemento contaminante, tareas en pozos o en alturas, manipulación de elementos cortantes, de fuego o de elementos químicos, movimientos que requieran una fuerza extrema…
Al cuidado del humano
Entre otros, disponen de elementos de seguridad para evitar que los operarios sufran algún tipo de incidente en sus interacciones con ellos. Por ejemplo, a través de sensores pueden determinar la presencia de una persona y hacer más lentos sus movimientos o evitar trasladarse a ciertas zonas para que no haya heridos ni lesionados.
Otro beneficio es que realizan las operaciones con tanta precisión que permiten reducir el desperdicio en los procesos productivos, con los consecuentes ahorros en materias primas o productos intermedios. También incrementan la rentabilidad, ya que por su capacidad de realizar una tarea a máxima velocidad reduce el tiempo de ciclo de producción.
Los robots colaborativos, en conclusión, no solo incrementan la eficiencia, disminuyen los costos y aumentan la productividad en todo lo relacionado con los procesos repetitivos, tediosos y peligrosos, sino que además, reducen los accidentes laborales y las ausencias por enfermedad: el terror impartido por la ciencia ficción de que los robots podían ser una amenaza para la humanidad transmutó en esta realidad en la que no solo no nos hacen daño, sino que hasta nos cuidan en el lugar de trabajo.