En la era del Big Data, los algoritmos, el Machine Learning y la Inteligencia Artificial, hay datos que hablan por sí solos. Datos que no necesitan minarse ni explorarse para dar cuenta de una situación que demanda la atención de toda la sociedad.
Según el Banco Mundial, menos de la mitad de los latinoamericanos tienen conectividad de banda ancha fija y solo el 10% cuenta con fibra de alta calidad en el hogar. Esto es lo que se conoce como la ‘brecha digital’, es decir, cualquier distribución desigual en el acceso, en el uso, o en el impacto de las tecnologías de la información y la comunicación entre grupos sociales. Ya sea por razones de género, geográficas, culturales, u otro tipo.
Millones de latinoamericanos necesitan de acceso a los medios digitales para formarse y entrar al mercado laboral, sin embargo, existen diferentes barreras que impiden esto. Por ejemplo, la brecha digital económica es muy fuerte en la región. Para un latino, pagar un plan de datos de tan solo 1 gigabyte puede llegar a representar casi el 3% del ingreso mensual de la familia. Esto está muy lejos del 2% que recomiendan algunas entidades como la Unión Internacional de Telecomunicaciones. La misma suerte corre la compra de un celular: el costo del teléfono inteligente básico más económico disponible representa entre el 4% y el 12% del ingreso familiar promedio en gran parte de la región, y puede llegar hasta el 34% en Guatemala y Nicaragua o incluso al 84% en países menos favorecidos como Haití.
Estas diferencias se profundizan cuando se trata del mundo urbano versus el rural. Según un informe del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) un 71% de la población urbana cuenta con opciones de conectividad a diferencia del 37% en las zonas rurales.
En efecto, el caso de la ruralidad y la brecha digital es particularmente distintivo en América Latina, donde países como México o Colombia tienen una fuerte presencia de lo rural en sus sociedades. Por ello, están surgiendo varias soluciones para enfrentar la brecha digital.
En este sentido cabe destacar, por ejemplo, el plan Internet para Todos en el Perú, un operador con infraestructura móvil rural que nace de la alianza de CAF –Banco de Desarrollo de América Latina, Facebook, Telefónica y el BID, que logró conectar a 2 millones de personas en localidades rurales del país. Pero la mayoría de las soluciones no deben ser unidireccionales. El caso de la infraestructura es un claro ejemplo. Realmente no tiene sentido pensar en expandir una tecnología como el 5G a zonas rurales si los potenciales usuarios no van a poder pagar los paquetes de datos necesarios o si sus celulares no están capacitados para aprovechar al máximo la tecnología. No importa si están conectados por 4G o 5G, la importancia radica en lograr la conectividad. Esto significa que el problema no se agota en la infraestructura ni en las facilidades que ofrezcan exclusivamente los gobiernos. El rol de las empresas será en el sentido de mantener las inversiones y los costos en rangos asequibles para las sociedades no tan privilegiadas de la región. La tecnología no ofrece soluciones automáticas, sino que, se debe pensar el problema desde una visión más amplia que contemple no solo la conectividad tecnológica sino también las aristas económicas y sociales.
Esto último refleja y demuestra otra verdad. Es necesario tener una conversación sobre qué tecnología se quiere ofrecer. Por ejemplo, cerrar la brecha digital desde la infancia ofreciendo acceso a los dispositivos desde edades tempranas –como sucede con programas como Conectar Igualdad en Argentina o el Plan Ceibal en Uruguay– tiene que estar acompañado de un motivador adicional. Los niños y niñas tienen que tener los conocimientos necesarios para buscar la información útil y relevante, diferenciar entre formación y ocio, etcétera. Darle un iPad a un niño no puede ser un sustituto de la educación formal. Incorporar tecnología solo por hacerlo, sin un apoyo adicional e integral por parte de las escuelas y la familia, puede derivar en diversos problemas y no tener ningún impacto relevante en cerrar la brecha digital.
La brecha digital, además, no es solo un tema de impacto social o educativo. En la región, según datos de la firma especializada IDC, el mercado de las nuevas tecnologías de la información creció 8,5% en el año 2021 y en 2022 llegaría a un crecimiento del 9,4%. Si bien parecen buenas noticias, cuando se considera la brecha digital en la región, aparecen los problemas. Por ejemplo, en Colombia, según el Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicación, para el año 2025, las organizaciones enfrentarán un déficit de 200.000 trabajadores, siendo el porcentaje más alto en los últimos diez años. En efecto, en América Latina quedan más de 450.000 puestos vacantes en la industria del software, y para 2025, se necesitarán más de 1,2 millones de programadores. Para muchos países de la región, el sector tecnológico es de los pocos que les permiten tener un diferencial económico más allá de la exportación de materias primas.
A día de hoy, solamente entre el 5% y el 15% de los adultos en la mayoría de los países de la región tienen habilidades informáticas y de resolución de problemas de nivel medio o alto en entornos con un elevado grado de tecnología. Para que la región pueda despegar, es necesario cerrar la brecha y potenciar las habilidades tecnológicas de las poblaciones, desde un enfoque sistémico que incorpore a gobiernos, empresas y familias.