Optimizar el consumo energético, simplificar las interacciones entre las personas y los gobiernos, mejorar la oferta de transporte, incrementar la seguridad, maximizar el uso de los recursos escasos -por ejemplo, las camas hospitalarias- y hasta predecir desastres naturales o epidemias, mantener encendidas las luminarias que sean necesarias en cada momento, garantizar la provisión de agua potable de máxima calidad y de un buen saneamiento, hacer un seguimiento pormenorizado del estado del mobiliario público…
Las ciudades inteligentes ofrecen numerosos beneficios puntuales, pero todos ellos apuntan en una misma dirección: mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, avanzar hacia la sostenibilidad y promover la transparencia en las operaciones de gobierno, incluyendo esto último una mayor productividad y la máxima eficiencia en el uso de los recursos.
En la base de las ciudades inteligentes se encuentra un conjunto de conceptos tecnológicos, con los datos como núcleo central. Los sensores conectados a internet de las cosas pueden tomar en tiempo real información sobre el funcionamiento de los semáforos, ubicación de dispositivos de salud en centros especializados, los niveles de agua de ríos y lagos o los medidores de consumo de los hogares, por citar algunos ejemplos.
Predecir y anticipar
La inteligencia artificial y las herramientas analíticas son esenciales para convertir esos datos en valor agregado: en combinación con infraestructuras de big data (en general, estamos hablando de volúmenes de datos verdaderamente muy altos para procesar en muy poco tiempo), permiten predecir escenarios meteorológicos, habilitar el mantenimiento predictivo de los activos de las utilities, optimizar los flujos de atención en las oficinas públicas a partir de la estimación de cuántas personas asistirán a cada una de ellas o modificar las frecuencias de rojo-verde de los semáforos para acompañar el flujo del tránsito. Incluso es posible prever la expansión de una enfermedad a partir de patrones de contagio y mandar información para que la población pueda establecer medidas de cuidado.
Esos datos también pueden generar alertas para que una cuadrilla se acerque a un punto para prevenir (o reparar) un desperfecto, disparar órdenes de compra para evitar la ausencia de insumos o lanzar una comunicación a las fuerzas de seguridad para que puedan dar respuesta rápida a una situación anómala o de riesgo o clasificar los residuos de manera óptima para maximizar el reciclado. Las posibilidades son prácticamente ilimitadas y se adaptan a las necesidades y a las costumbres de los ciudadanos de cada urbe.
Mejoras cotidianas
El transporte público es uno de los casos de uso más comunes por el momento: sistemas que apuntan a disminuir, a partir del análisis de las rutas y de los vehículos que circulan en cada momento, tanto la espera de los pasajeros en las paradas como la emisión de dióxido de carbono por parte de las unidades. Del mismo modo, las unidades de emergencia (bomberos, ambulancias, policía) disponen de trazados de caminos en tiempo real que las lleva de la manera más rápida y directa al destino.
Con blockchain como aliada, además, pueden apostar a la transparencia absoluta: cada licitación que hace un gobierno puede controlarse de extremo a extremo, cada persona puede chequear de qué manera se están aplicando sus impuestos y cada compra pública es perfectamente trazable.
Por supuesto, uno de los pilares de esta tendencia es el gobierno digital: trámites históricamente burocráticos e interminables que se terminan en un clic, registros de automóviles o de propiedades que se completan en segundos y cobros previsionales sin fricciones ni demoras son algunas de las aristas que propone esta nueva realidad.
Para los gobiernos, esta es una oportunidad de romper barreras culturales, comenzar a brindar mejores servicios para la sociedad y generar beneficios en múltiples dimensiones: políticos, económicos, culturales y hasta sostenibles. Para las personas es, sencillamente, un viaje hacia el futuro de las ciudades.